lunes, 3 de mayo de 2010

LLuvia

Sale al balcón, después de mucho rato meditándolo decide abrigarse y salir a escribir al balcón. Llueve, de hecho lleva lloviendo desde hace horas sin parar, de ahí la gracia de escribir con su portátil en su balcón mientras llueve. Al principio se muestra reacio a escribir, tiene miedo de pasarlo mal, no son sus días más felices y lo sabe. Aún así, lo ha aguantado con bastante entereza, algo inaudito en él, pero teme que el hecho de plasmarlo en palabras le duela. De hecho, no piensa en dedicarle ni una palabra al tema. Ya no es como antes. Antes hubiese escrito sus penas y se las hubiese mostrado al mundo, esperando que algo o alguien las leyera y se apiadara de él. Ahora no. ¿El motivo? Ha perdido su fe en la humanidad, en la gente. Se ha dado cuenta de que está solo, o prácticamente solo en el mundo. O lo que es peor aún, la gente de su alrededor es de lo más indeseable. Hace un tiempo eso le hubiese afectado mucho pero ahora, aún afectándole, no le da importancia, ya que se resigna a saber con certeza que la humanidad no es más que un grupo de gente predispuesta a hacer perder el tiempo ajeno.

Mira al cielo, respira profundamente y hace preguntas de las que no quiere saber las respuestas. No quiere llorar más, aunque lo cierto es que lleva más de una semana sin hacerlo, aunque reconoce que alguna vez ha estado apunto de hacerlo. Nunca pensó que las cosas fuesen a ser tan fugaces. Se estremece al recordar cosas que creía olvidadas. Pasa por lugares que no recordaba haber visitado en su vida pero que ahora se muestran delante de él como si cada día los visitase. Palabras rutinarias que ahora cobran un sentido macabro al salir de su boca. De su boca y de la boca ajena. Nunca un “te quiero” le había dolido tanto. Nunca el mirar a la persona amada le hizo sentirse tan culpable.

Se mira las manos y se maldice, pues no quería escribir sobre el tema. Por otra parte es inevitable. La fugacidad e intensidad de esos días no son fáciles de olvidar. Tampoco fue tanto tiempo, cierto, pero suficiente. Se vuelve a mirar las manos y se vuelve a maldecir. Sabe que se equivoca constantemente, pero le jode equivocarse cuando menos procede, con quien menos ganas tiene de equivocarse. Intenta ser natural pero no puede.

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