Qué triste es la inseguridad verdad? Todos pretendemos mostrarnos seguros, pero no podemos, al menos no la mayoría, y nadie, nadie, puede estar siempre seguro de si mismo.
Se puede estar seguro de uno mismo en algún aspecto ( trabajo, amor, …) pero nunca en todos ellos, al menos yo no conozco a nadie con esa capacidad.
Como no, me centraré sobre todo en el tema amoroso. Ah! Que gran qué el amor. Pero esta vez, como he dicho, lo enfocaremos de cara a la inseguridad. Esa inseguridad nos lleva a equivocarnos, es decir, a no actuar. Cuántas veces habremos perdido una gran oportunidad de encontrar el amor o de mantener algún tipo de relación, de cualquier tipo? Muchas. Porqué? Por miedo o inseguridad.
Por el miedo al rechazo que sentimos. Preferimos no arriesgarnos a que nos hagan daño a intentar consumar ese deseo hacia la otra persona. Qué pena, verdad?
En esos momentos de duda, en que nos atrae una persona, nos bloqueamos, tenemos miedo, miedo al rechazo, a estropear algo que hasta ese momento era bonito y para qué estropearlo? He ahí donde radica ese miedo, miedo a cambiar las cosas, ya no al rechazo, si no a cambiar un hábito.
Cuántos de nosotros hemos pasado horas y horas pensando en alguien que no conseguimos sacarlo de nuestra mente? Y seguramente a ese alguien lo conozcamos, lo veamos a menudo. Y seguramente, dentro de la tristeza de no poder compartir nuestros sentimientos hacia esa persona, somos felices por el mero hecho de amarle en silencio, de sufrir por él, por ese amor furtivo. Porque nos vale verle desde lejos, porque nos vale hablarle ocasionalmente o por cualquier cosa pequeña que haga hacia nosotros. Y por qué no cambiarlo? Arriesgarse a revelar nuestras intenciones, nuestras inquietudes? Por miedo ya no al rechazo, que lo hay, sino por el miedo a perder la posibilidad de verle de lejos, de no hablarle más a partir de entonces.
No deberíamos pero lo hacemos. El ser humano es costumbrista. Nos acostumbramos a algo y por pequeño o insignificante que sea, tememos perderlo, aunque la recompensa al arriesgarnos fuera mayor.
Ligado a este tema, quizás a alguien le suene la historia de la dulce Carola. Todo empieza en México, donde un conocido mio,desde su oficina observa el humo del DF, cuando, al bajar su vista del cielo a la calle, bueno, diría que del humo al cielo, observa a la dulce Carola cruzar la calle, bella y radiante. En ese momento todo se paró, la gente, los coches, todo el mundo paró su ritmo frenético para ver cruzar a Carola. Mi amigo siguió embobado a Carola con la mirada hasta verla perderse dentro de el restaurante de la esquina. Supo que nada seria igual.
Mi amigo no pudo dejar de pensar en Carola desde entonces, y cada día la veía pasar por debajo de la ventana de su oficina y la seguía con la mirada hasta verla, como cada día, desvanecerse en la puerta del restaurante. Se preguntaba como seria su vida, como despertaría, y así fueron pasando los días, los meses. Hasta tal punto llegó su obsesión con Carola que creía oler su perfume desde donde el estaba, aunque trabajase en una octava planta, creía oírla tararear una canción y entonces él tenia esa canción grabada en la mente todo el día, o sufría cuando la veía correr bajo la lluvia sin paraguas o creía verla más delgada.
Pasaron los años, unos cuatro, y mi amigo durante ese tiempo estuvo reuniendo fuerza y valor para decirle a Carola todo lo que sentía cada mañana cuando la veía cruzar la calle. Durante ese tiempo estuvo tentado de bajar las ocho plantas corriendo para decirle a aquella mujer que, qué diablos, que la amaba. Se levanto un día se miró a si mismo en el espejo y se dijo que ése día iba a ser, tenia que ser ése día. Ése día mi amigo se sorprendió al no verla cruzar como cada día, pero aun así fue al restaurante donde trabajaba la dulce Carola. Entró y la busco entre las mesas, pero no la encontró. Preguntó al encargado y este le dijo que Carola se había ido, pero no del restaurante, sino del DF, que se había ido a Acapulco con su familia, y no iba a volver más. Mi amigo supo del sabor amargo de la derrota, supo que aquella mujer no volvería a cruzar por debajo de su ventana. Volviendo a la oficina se encontró un gran revuelo en la entrada, alguien con el rostro desencajado le contó que la empresa había quebrado, que estaban en la calle. En un día había perdido todo, la mujer que amaba, el trabajo y se volvió para casa, pero no se sorprendió todo encajaba, el mundo se derrumbaba y lo hacia todo a la vez.
Durante un tiempo estuvo encerrado en casa, pensando en la dulce Carola, primero sin el valor necesario para ir a buscarla a Acapulco y luego sin el dinero necesario. Pasó otro año, cinco años desde que la vio por primera vez. Entonces decidió buscar trabajo, pero mi amigo tenia 39 años y en el DF con 39 años no eres el joven que las empresas buscan y en todas las entrevistas le decían que no. Así que tomó una decisión que cambió su vida. Decidió buscar a un coyote. Un coyote en México es alguien que se dedica a negocios turbios. Veréis, mi amigo buscaría a un coyote para que le falsificaran la partida de nacimiento para que pusiera que tenia 34, porque los aparentaba. Fue a la zona cerca de donde estaban los coyotes y se perdió por sus calles, hasta que en un momento dado se encontró de frente con un anciano que le hacía señas para que se acercara. Lo hizo y supo que era un coyote. Mi amigo le explicó lo que necesitaba y el coyote le empezó a tomar los datos, mientras lo hacía le preguntó a mi amigo “ Alguna vez has estado en Acapulco?”. Y a mi amigo le dio un vuelco el corazón y dijo “Nunca”. El viejo le dijo “ Verás, yo vivo cerca de la autopista que va hacia a Acapulco...Verás, conoces la curva de la autoestopista? “. Supongo que conocéis la leyenda verdad? Mi amigo también. La del fantasma que hacia autoestop, que se subía al coche para luego desaparecer en la curva. Mi amigo dijo “ Sí, se donde es” Y el viejo le dijo “ Pues verás muchas veces he estado tentado de coger la autopista de Acapulco y empezar de nuevo”. El coyote se fue y volvió al rato con los documentos. Aquella noche sólo pudo dormir con los recuerdos de la dulce Carola.
A la mañana siguiente el teléfono sonó muy temprano. Alguien al otro lado le dijo “Oye, dónde estas? Vente rápido a la oficina que tenemos reunión”. Y mi amigo le colgó maldiciendo al tipo que había al otro lado de la linea “ La oficina....”. El caso es que antes de despedirse el coyote le había dicho “ Ten cuidado, vuelves a tener 34 no repitas los mismos errores”. Pensaba en esas palabras y encendió la radio y alguien dijo la fecha, era la de hace 5 años, volvía a tener 34 años. Agarró el primer taxi y fue a la oficina, subió las ocho plantas corriendo y todo seguía igual, y también seguía ahí la ventana, se acercó a ella y su aliento se detuvo, como toda la ciudad, como toda la ciudad al paso de la dulce Carola, porque todo empezaba de nuevo.
Ahora jugaba con ventaja porque conocía los plazos, el tiempo que le quedaba. Aún así dejó pasar el primer año deleitándose, asomándose a la ventana y planificando bien la declaración de amor, pensando en la pose precisa, las palabras adecuadas. Y dejo pasar el tiempo. Y un día se presentó en el restaurante a la hora de comer, se sentó en la primera mesa que vio libre y vio a Carola deambulando entre las mesas. Se acercó, se puso delante de él y le dijo “ Qué desea?”. Aquél era el momento, esa era su oportunidad, así que su garganta se tensó como una cuerda de guitarra y mirándola le dijo “Una sopa de cebolla y un filete bien cocido”. Carola tomó nota y se fue. Mi amigo se estuvo maldiciendo toda la noche y al día siguiente volvió y se sentó a la mesa, mirando a carola, clavando sus pupilas en las de ella y diciendo “Una sopa de cebolla y unos tacos de camarones”. Y al día siguiente, armándose de valor “Una sopa de cebolla sola, por favor”. Y así día tras día, por las mañanas asomándose a la ventana para verla pasar y al mediodía asomándose a una sopa de cebolla. Y el tiempo pasaba. Aveces mi amigo pensaba que ella fijaba sus ojos en él y ah! amigo, entonces las palomas del parque volaban, los borrachos en los bares brindaban a su salud, los feligreses en la iglesia se abrazaban y los soldados en primera linea de guerra se daban largos besos en la boca. Qué va chico, ella no reparaba en él. Y pasaba el tiempo, pasaban los días, pasaban los meses y pasaban los años, años de sopa de cebolla. Y por fin llegó el momento, no podía posponer más la declaración porque al día siguiente Carola se iba y aquella noche casi no durmió pero al día siguiente allí se presentó. Y allí le tienes, se acercó Carola como todos los días, con una sonrisa, quizás más afectuosa que otras veces, no sé, el caso es que se hizo el silencio, un instante que pareció eterno. Él pensó en decir “Me gusta cuando callas porque estás como ausente”, o no sé, quizás “Por qué me despierto de madrugada mientras todos duermen?”. Pensó en decirle “Me dueles mansamente, me dueles, quitame la cabeza, cortame el cuello, porque nada me queda después de éste amor”. Pensó solamente en decirle “Quédate conmigo por favor” y por fin “Una sopa de cebolla por favor”. Era inevitable. Mi amigo comió la sopa de cebolla como un condenado a muerte, en calma y en silencio y se fue para casa, ni siquiera pasó por su despacho, sabía que la derrota era inevitable y a mi no me sorprende mucho, porque creo que alguien dijo una vez que los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.
El caso es que al principio mi amigo se derrumbó, pero luego...luego también. Trató de encontrar al coyote para encontrar la posibilidad de....yo que sé. Y se fue para la plaza y rebuscando encontró el callejón y el viejo portal pero no encontró al coyote, encontro la sucursal de un banco. No, esos eran otros coyotes, no le interesaban. Así que recordó las palabras del viejo coyote, recordó la historia de la curva de la autoestopista. Agarró el coche y fue para allá. No se sorprendió cuando encontró un pueblo fantasma. Aquel pueblo era una sombra del pasado, todo ruina, abandonado hacía más de cincuenta años. Empezaba a hacerse de noche, mi amigo se sonrió, asumió la derrota y decidió volver a casa cuando ya era noche cerrada. Entró en el coche y al poco de salir del pueblo encontró a una chica haciendo autoestop en el arcén. Mi amigo no lo dudó, bajó la ventanilla y le dijo “A dónde vas” “Al DF” “Pues sube”. Y al poco de subirse ella dijo “Tenga mucho cuidado en la siguiente curva” y apenas pudo acabar la frase que se oyó el reventón de una rueda. Así que mi amigo se tuvo que hacer a un lado de la carretera y dijo “Disculpa”. Y tenían que ver la cara de la autoestopista, porque la curva quedava lejos. Bueno, pues, se detuvieron y él bajó a cambiar la rueda i ella con él. Y empezaron a hablar, una conversación trivial, pequeñas cosas que fueron creciendo como bolas de nieve hasta convertirse en grandes cosas. “Y tú de dónde eres?” “Pues yo del DF”, y él le preguntava “Y a qué te dedicas?” y ella decía “Antes estudiaba pero ya no”. Y al rato no sé que le estaría contando él porque ella se descojonaba de risa. Y jamás nadie había tardado tanto en cambiar una rueda. Y la noche abanzaba y mi amigo le empezó a contar la historia de la dulce Carola, el coyote y de la ventana y de las sopas de cebolla, y le decía a la mujer “Te lo crees?” y la mujer decía “Si yo te contara... yo sé lo que es desaparecer en el momento preciso, yo sé lo que es repetir la historia una y otra vez... yo te entiendo... tú crees en los amores a primera vista, acaso existen otros?”. Aquella mujer, la autoestopista, era hermosa, no sé si tanto como Carola, pero hermosa, triste, pero hermosa. Aquél silencio fue eterno y él le dijo “Volvámos al coche, te llevo al DF” y mientras se subían al coche él pensó en decirle “Quédate conmigo, huyámos juntos a cualquier sitio, empezemos de nuevo, yo que sé” y quizás ella pensaba lo mismo pero sin embargo dijo “Ten cuidado con esa curva”. Y mi amigo tuvo mucho cuidado con la curva, la pasó con mucho cuidado.
Con los ojos fijos en la carretera, mi amigo no se atrevía a mirar en el asiento de al lado, quizás ella tambien se habíaa marchado como la dulce Carola y volvía a estar solo. Y sabiéndose solo se dirigió a la autopista y cuando entraba en ella escucho una voz en el asiento de al lado que decia “Alguna vez has estado en Acapulco?”, mi amigo miró en el asiento de al lado y allí seguía ella. Ahora estaba seguro, era más hermosa que Carola. Mi amigo dijo “Nunca” y ella le dijo “Pues llevame”. Y se fueron.
Y así siguen, en la carretera. Mi amigo no volvió a ver a Carola, porque lo importante no era Acapulco sino que lo importante era el viaje y saber que hay que tener memoria para no repetir los errores y saber que la historia no se debe repetir.
No sé si creer en los fantasmas, no sé, ni tampoco si existe un coyote que me devuelva mi pasado, no creo, pero yo personalmente no dejaré que pases por debajo de mi ventana sin perdirte que te quedes conmigo, ni que subas a mi coche sin que emprendámos una urgente huida.